Arquitecto italiano, uno de los más importantes del siglo XVII. En sus edificios, el vacío y el lleno se combinan en una culminación de la búsqueda barroca de espacios dramáticos.
Biografïa
Vida
Francesco Catelli, llamado Borromini quizá por su apellido materno, nació el 25 agosto 1599 en Bissone, a orillas del lago Lugano.
Su padre, Gian Domenico Catelli, era un arquitecto de mediano talento, cuya obra es casi desconocida.
De los nueve a los 15 años vivió en Milán, en donde aprendió a esculpir la madera y a labrar la piedra y el ladrillo.
Precisamente esa formación constructiva en contacto directo con los materiales más variados fue decisiva en la expresión de su arquitectura, surgida no tanto de teorías cuanto a partir de los problemas prácticos y técnicos que la construcción misma iba planteando, y en la que lo decorativo está de tal manera fundido con lo estructural que raras veces se ha producido una fusión tan perfecta en la historia de la arquitectura.
Desde 1614 trabaja en Roma, primero a las órdenes de su lejano pariente, Maderno, y luego junto a Bernini, como humilde cantero y ayudante de tracista en las fábricas de Pedro del Vaticano y del palacio Barberini.
En el primer edificio se le atribuyen unas rejas de la cripta subterránea, y en el segundo unas ventanas de guarnición todavía manierista.
A partir de 1632, Borromini abandona la tutela berninesca y se pone a trabajar por su cuenta, iniciando aquella revolución en los medios estructurales y expresivos que, mal comprendida por sus contemporáneos y luego por los tratadistas del neoclasicismo, conduciría a la ruptura definitiva con lo clásico y a la plena verificación del concepto barroco en la arquitectura.
Vivió desde entonces devorado por el deseo de encontrar la verdad arquitectónica, tanto que en este aspecto ha sido comparado con Caravaggio, quien pocos años antes adivinó la verdad pictórica.
Le atormentaba igualmente el temor de una ejecución imperfecta; de ahí que compusiera multitud de dibujos sobre una misma obra antes de intentar una síntesis definitiva de los elementos barajados.
Tales dibujos vienen a ser como variantes sinfónicas de un mismo tema y ocupan mayor espacio que su obra realizada; fueron coleccionados después de su muerte y grabados por Spada con el título Opera del cavalier Francesco Borromini.
Obsesionado por los problemas que le planteaba su profesión, Borromini fue un hombre huraño y reconcentrado que, a diferencia de su rival Bernini, despreciaba la vida de sociedad y el cortejo adulador de admiradores y discípulos, lo mismo que en arte desdeñaba los convencionalismos de toda clase.
Vivió célibe y un día, el 2 julio 1667, en un arrebato de locura, se suicidó clavándose una espada.
Fue sepultado en la iglesia de S. Juan de los Florentinos de Roma.
Obras
La obra madura de Borromini es totalmente original y no es fácil encontrar sus precedentes.
En detalles aislados, pero no en su conjunto, siguió a Miguel Angel, a quien profesó ilimitada veneración.
De 1633 data su primera construcción importante: la iglesita y el claustro de Carlino alle Quattro Fontane. El interior de la iglesia pasó por sucesivos planos, desde un primer boceto de planta de salón con capillas laterales hasta la planta fusiforme definitiva, en que la elipse central de la cúpula se expansiona por sus extremos mayores y menores en nuevos sectores ovales para albergar las capillas.
En realidad, Borromini partió del concepto clásico de un espacio central cupulado, subordinando otros espacios menores colocados en sus ejes, pero lo revolucionó hasta convertirlo en algo radicalmente nuevo.
La originalidad se encuentra en que Borromini no procede a multiplicar los espacios resultantes de ello, articulándolos en ejes convergentes hasta conseguir una ampliación naturalística de la perspectiva, sino todo lo contrario. Los espacios elipsoidales resultantes se interpenetran, no se articulan, dejando sin definir sus zonas de contacto, de manera que no se sepa dónde acaba el uno y comienza el otro.
Los ejes no convergen en un espacio único, sino divergen en espacios múltiples, de donde resulta más que una perspectiva naturalista, una perspectiva ilusionista conseguida por vía de idealización del espacio. La decoración se acompasa al mismo concepto, y así se percibe apiñada y compacta, a modo de celdas de abeja, en la elipse central de la cúpula, para esponjarse a manera de aire liberado en los limpios casetones de las bóvedas de las capillas.
La fachada de Carlino, realizada años más tarde, en 1662, es también radicalmente original y ajena al modo de ser de otras fachadas barrocas romanas contemporáneas. Sus sectores cóncavo-convexos, totalmente interpenetrados, se convierten en puro movimiento ininterrumpido y continuo, sin que se pueda adivinar un solo plano recto como estructura de fondo.
Su decoración, por otra parte, no tiene un sentido aditivo, sino de totalidad, como si la estructura surgiera de la decoración y no ésta de la estructura. Para ello Borromini ha utilizado los órdenes de columnas como un elemento decorativo más, sin ocultarlo lo más mínimo según hacían convencional e hipócritamente los demás arquitectos del barroco romano.
El movimiento frontal en fuga que parece prolongarse hasta el infinito por los extremos, encuentra un escape vertical en el frontón anticlásico que surge como una llamarada diluyéndose en el aire.
En la fachada del Oratorio de Felipe Neri, ejecutada a partir de 1637, se expresa idéntico principio de puro movimiento continuo, aunque con menos violencia. Borromini utilizó para construirla no mármol ni travertino, sino ladrillo, renovando la antigua técnica de los romanos de hacer con este material no sólo los entrepaños murales, sino también las partes de relieve arquitectónico más delicadas.
Es imposible enumerar aquí las novedades que Borromini introdujo al hacer estas pequeñas formas, como guarniciones de puertas y ventanas, edículos, templetes, capiteles, etc. Rehuyendo además la policromía del mármol y otros materiales nobles, Borromini aprovechó el ladrillo, al que recubría de una capa de estuco, para obtener efectos lumínicos muy puros y contrastados.
Así el campanario de Andrea delle Fratte (1654) es todo él de ladrillo enfoscado, y a la maleabilidad de dicho material se debe el que el artista creara esta sorprendente obra, donde no se sabe cuándo termina la arquitectura y comienza la escultura. De estructura filiforme, asciende en el espacio hasta diluirse en él variando continuamente de forma. Con estos edificios hechos para humildes congregaciones religiosas, alternan los encargos papales.
En 1642 emprendió Borromini la construcción de la capilla de la Universidad romana de Ivo alla Sapienza, su segunda obra maestra después de Carlino. La compleja planta se integra por dos triángulos superpuestos que originan una estrella de seis puntas.
Cada una de estas puntas debería haberse cubierto con su propia bóveda, dejando, como en Carlino, un espacio central de forma hexagonal para recibir una cúpula de seis paños. No sucedió así, sino que Borromini se superó a sí mismo.
La planta se eleva primero verticalmente, dando forma a los muros de la capilla y después, reduciéndose escalonadamente con prodigiosa técnica, continúa su ascensión para formar la caja cupuliforme y la linterna. Resultó así una cúpula de prismas interpenetrados, que se articulan en nexos sucesivos de plenos y vacíos, de vuelos y retrocesos, de movimientos centrípetos y centrífugos que producen la impresión de que la cúpula alentase como un organismo vivo.
Para sorpresa del espectador, la cúpula ofrece al exterior un aspecto diverso, cual si a la sucesión de elementos acompañara una sucesión de visiones. Ya el estrecho y armónico patio renacentista de entrada a la capilla contrasta con el fondo cóncavo realizado por Borromini; pero luego, en nuevo contraste, a dicha concavidad se opone el alto tambor de la cúpula de secciones convexas, del que sólo emerge la parte superior del casquete en forma anillada.
El movimiento del anillo se continúa en la linterna, cuyo cupulín se ha sustituido por una sorprendente espiral que parece taladrar el cielo como un berbiquí. Nunca la forma «serpentinata» se había producido con tanta audacia.
También la ampliación del Palacio de Propaganda Pide fue encomendada en 1647 por Inocencio X a Borromini, quien en su fachada utilizó un orden gigante de lisas pilastras que, a modo de bambalinas, hacen pasar la mirada de un plano frontal a los planos más profundos en que se adentran las ventanas de la planta noble, gracias a sus columnas sesgadas y a sus entablamentos alabeados. En mayor escala se repite este procedimiento escenográfico en el panel central, donde las pilastras y los estípites oblicuos de la puerta empujan la pared y la cornisa hacia adentro, mientras la ventana se contracurva en sentido convexo.
En la reconstrucción de la basílica de San Juan de Letrán, encomendada igualmente por el Papa a Borromini (1647-50), éste conservó la disposición basilical primitiva, pero utilizó ventanas que rasgan el entablamento, templetes de perfil ondulado y recuadros escultóricos que confieren al conjunto una pulsación viva y luminosa.
En la iglesia de Santa Inés, de la Plaza Navona, la superposición de manos hace de esta obra algo híbrido donde no es posible percibir en toda su pureza las genialidades de Borromini.
La fachada que se le atribuye encaja bastante en el barroco ortodoxo, aunque el ondulamiento de su parte central y los campanarios de primer término, que retrotraen la situación de la cúpula, le dan un aspecto escenográfico muy bien conjugado con las proporciones de la plaza, realzando así su aspecto urbanístico.
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